Pago, le doy las gracias al cocinero y dejo $500 en la barra. Es más del 10% de propina, y como en otras ocasiones, pienso en el poco sentido de estar dando siempre el mínimo. Además el viejo es simpático y sus churrascos llegan rápido. Justito después de la coca de máquina que pido siempre.
Salgo a la calle con el celular en la mano. La llamo y después de casi 10 tuts, no responde. Pienso en que sólo dejando dos llamadas perdidas puedo demostrar interés. Y estoy interesado en responderle por teléfono su mail que vino a romper semanas de silencio, pero no responde.
Ya estoy pasando por el edificio de la Telefónica cuando suena mi teléfono. Y como quedan sólo dos cuadras para llegar a mi depto, decido que me desviaré por Seminario hasta el supermercado, así aprovecho de comprar cosas que todavía no sé cuáles son.
- He pasado ya tres veces por el pasillo de los cereales, parezco hueón paseando por todo el súper sin comprar ni una hueá -le digo.
Le da risa.
En otro momento nos emocionamos los dos, pero a mí me cuesta un poco más porque la música del supermercado, que es pésima, actúa como control de sentimientos.
La oigo quebrarse, pero le digo "¿qué dijiste?, no te escucho bien", obligándola a superar la dificultad de la llamada, que de paso la ayude a superar la dificultad... de la llamada.
Se va a vivir a NY en parte porque nos queremos mucho.
La boleta que me pasa la cajera del supermercado describe mi compra: 1 torta de milhojas glaceada, 1 coca cola y 1 desodorante.