14.1.11

camino a Llanquihue con (tra) una testigo de jehová.

No hablamos una sola palabra. Ella ni siquiera supo que me dediqué a mirarla a ella y a lo que estaba leyendo.

Tenía el pelo castaño claro, seguro que por algún gen perdido de colono alemán tan común en esa zona del sur de Chile.

Se subió al minibus en Puerto Varas, se sentó al lado de mí, se puso unos audífonos y empezó a leer un folleto -creo que- instructivo de los testigos de jehová.

Sin que se diera cuenta y muy rápido –para alcanzar- leí la página en la que estaba. Decía algo así como el apoyo que los cristianos eran capaces de dar a alguien que estaba pasando por un mal momento. El consuelo, eso era. Y citaba el caso de un “teniente” o un cargo así que tienen que daba consejos a un viudo reciente.

Así se interrumpía el párrafo y terminaba la página. Mientras leía, pensaba en lo básico que se me hacía el texto y en las otras soluciones e interpretaciones –por prejuicio mejores- que existen para el desconsuelo.

Total que la chica no pasaba nunca la página. Hubiese podido leer tres veces el texto (y de hecho me repetí un párrafo) en el tiempo que ella se demoró en leer.

Primero pensé que quizá lo memorizaba, pero qué sentido tiene memorizar un texto sencillo sin claves ni enumeraciones. Después, y lo que creo que era, pensé que la chica no era buena leyendo. Que quizá lo hacía muy muy lento porque apenas sabía. Para mí eso coincidía con el hecho mismo de que estuviera leyendo eso.

Quizá suene pesado, pero recuerdo la relación inversa entre gente docta y su religiosidad. Eso de que la gente científicamente más top, es la que menos cree en alguna religión. Y al contrario, la gente más ignorante es más proclive a estar leyendo (¡y creyendo!) cualquier cosa.

Pero quizá la chica estaba detenida en su texto, porque lo que hacía no era leer sino que pensar en otra cosa. En algún conocido viudo (como el del folleto) o incluso dudando profundamente de tener esas hojas en la mano y para qué.

A lo mejor estaba pensando en la noche de sexo que había tenido y en realidad yo, ansioso porque diera vuelta la página, sólo me estaba equivocando en menospreciarla.

Nunca dio vuelta la página., así que rendido, me puse a pensar en quiénes producían ese material bibliográfico y en cómo se financiaba. Qué motivaciones había detrás.

Los Fother Muckers tienen una canción en que la letra es uno de esos textos.

Me acordé también que Richard Dawkins provoca a los ateos a reconocer que son ateos. Oye eso no es fácil. Menos andar publicándolo.

Así que me fui en el minibus bordeando el lago Llanquihue y pensando en un movimiento ateo con recursos para explicar las cosas de manera cuerda, razonable, en educar realmente a la gente. La ciencia tiene cosas muy bonitas, que no son difíciles de entender. Cosas maravillosas.

A la noche desperté en medio de una pesadilla. Pensé si jehová me estaba lanzando una advertencia.

Como sea, nunca más volví a pensar el tema de manera –oligofrénicamente- seria.

leen